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Pesadilla en vivo II

Ella ha despertado sentada en un sillón. Anoche se recostó pronto allí y se durmió poco después. Ahora mira el reloj y no es capaz de calcular todas las horas que ha pasado inconsciente.

 

Quiere moverse y algo le mantiene pegada a su asiento. Mira hacia un lado y observa una guitarra negra. Cada vez que se imagina tocándola o piensa en interpretar una canción el instrumento se resquebraja un poco más. Así ocurrió hasta que se partió en varios pedazos y el sobresalto la hizo saltar y ponerse de pie.

 

No había nadie alrededor y la luz del Sol empezaba a quemarla. El calor era insoportable y pensó en que quizá podría huir corriendo. Quiso mover sus piernas rápidamente, pero fue incapaz. Se percató entonces de que la perseguía un sitio vacío y le entraron más prisas por avanzar. Seguía siendo muy lenta, y el asiento le alcanzó.

 

Le golpeó y actuó como lo que era, una silla. Le recogió en su fisonomía de madera y no le permitió moverse más. Estuvo horas y horas eternas sin hacer absolutamente nada. Incluso su mente se puso en standby y fue congelada. No podía pensar, no podía hacer reflexiones y no tenía ninguna compañía.

 

Entonces la silla le empujó y le mandó al suelo. Al levantar la mirada vio a una chica rubia besándose con un hombre. No le importó demasiado, pero escuchó un grito desgarrador no muy lejos. Distinguió una forma humana, y corrió hacia allí, con la lentitud propia de un mal sueño.

 

Al fin llegó y se encontró frente a un chico. Se miraron. Ella vio un cartel: Bienvenida al infierno. Se asomaron uno a la espalda del otro para ver qué había más allá y se intercambiaron el sitio. Volvieron a mirarse y de repente un alto muro brotó de la tierra, dejándoles divididos. Ahora cada uno estaba donde le correspondía.

 

Cada uno en su propio infierno.

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