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Carta privada

Ese momento en el que peleas contra el reloj

porque no quieres ni acercarte a la cama.

Resuena el dolor, el recuerdo se presenta en forma de crujido.

 

No quieres verte inmerso en la oscuridad

porque de ahí nacen las dudas y preguntas.

No sabes si hiciste bien o mal mientras esperas no echar de menos lo vivido.

 

En cada resquicio que se asoma en la pantalla

y en todo mensaje que ahora a otra persona mandas

ves reflejado algún momento del pasado, de ese tan bonito y que ya hemos enterrado.

 

Llamas a gritos a un tétrico sepulturero

que te ayude con su pala a dar el último adiós a un verso

de mil poemas que ahora se seguirán escribiendo, adorando a una sola cosa y al mismo sentimiento.

 

Te sientes raro y en la soledad pronuncias

pensamientos inconexos que a tus lágrimas asustan.

El cuerpo se resiente por falta de sueño, a pesar de haber dormido horas entre muertos.

 

Muertos segundos que ahora cuentas con valor

y que antes eran solo una carrera que querías terminar pronto.

El arrepentimiento es otra forma de amor, pero llega tarde, sembrando espejismos a su paso.

 

Y ahora resuenan los muelles de tus costillas

es el estómago que pide de rodillas

que nos tumbemos otra vez en la cama invitando al sueño.

 

Pero es demasiado grande el miedo

de que a pesar de invitarle no acuda a nuestro encuentro.

La madrugada es siempre traicionera, tanto que la última volvió a robarnos nuestros besos.

 

Y ahora relincha este oso poco cuerdo

que a su león dio poco amor, y encima insuficiente.

Hoy te dedico otra carta, pero esta vez privada, de esas que se hacen públicas y de las que solo nosotros entendemos las palabras.

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